HERMANAS MISIONERAS DE JESÚS ETERNO SACERDOTE

 

MADRE MARÍA GUAÍNI – FUNDADORA DE LAS HERMANAS MISIONERAS DE JESÚS ETERNO SACERDOTE

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Fue una mujer de intensa oración, sobre todo inundada del deseo de vivir prolongados tiempos de adoración silenciosa ante la Eucaristía.
 

 

Se mantuvo fiel a su vocación, alcanzando un equilibrio entre las exigencias de la vida activa y la vida contemplativa. Su significativo confiar en Dios no conoció límites.

“En toda mi vida siempre le he repetido a Jesús este acto de amor: ‘¡Jesús, te amo mucho, por mí y por todos! Jesús, confío en ti.’ Toda mi vida ha sido un ‘gracias’ a ti, mi Dios, que te dejaste amar por mí. ¡Jesús, confío en ti!
Con alma humilde y llena de gratitud repito: ‘¡Oh, Jesús Hostia, Amor nuestro, te ofrezco a Dios Padre por medio de María, en todas las Santas Misas que han sido celebradas, que se celebran y se celebrarán, ¡para darte gracias y para darte gloria y amor!’”
(Venerable Madre Margarita M. Guaíni)

La Venerable Sierva de Dios Margarita María Guaíni (de nacimiento Alice Antonia) nació el 21 de noviembre de 1902 en Ceto (Brescia, Italia), primogénita de diez hijos. En 1912 toda la familia se trasladó a Gozzolina (Mantua). Tras la muerte de su madre en 1923, cuidó a la familia y comenzó a trabajar como enfermera.
En 1925 ingresó en la Congregación de las Siervas de la Caridad de Brescia, profesando temporalmente el 3 de septiembre de 1929 y perpetuamente el 19 de noviembre de 1932.
Afligida por el abandono del ministerio por parte de muchos presbíteros, en 1938 entró en el monasterio de la Visitación de Brescia para ofrecer oración y sacrificios por los sacerdotes. Hizo su profesión solemne el 12 de abril de 1939. En los años siguientes comprendió cada vez mejor que el Señor le pedía “una misión que cumplir”: dar a conocer a todos el valor de la Santa Misa, promover la participación espiritual al Sacerdocio de Cristo, estimar la obra de los sacerdotes y ofrecerse y orar por la santificación de los sacerdotes.
Así, en 1945 recibió la autorización para salir del monasterio y comenzó a trabajar primero en un orfanato en Rovato (Brescia) y luego en Varenna (Como). En 1947 se trasladó a Atella (Potenza) para colaborar con el P. Achille Fosco, que estaba a punto de iniciar la “Píadosa Asociación de los Misericordiosos” a favor de la juventud pobre y abandonada. Ese mismo año, con el consentimiento del obispo diocesano, la Venerable Sierva de Dios y otras tres jóvenes fundaron el Instituto de las “Hermanas Misericordiosas de Jesús Sacerdote.” En esa misma circunstancia se reconoció y confirmó su elección como Superiora General. Obtuvieron como vivienda un antiguo convento benedictino en Atella. Desde el principio surgieron algunas diferencias de opiniones entre la Venerable Sierva de Dios y P. Fosco, quien quería su fundación con rama masculina y rama femenina dedicada a una obra principalmente asistencial, mientras ella, además de la obra asistencial, quería que las Hermanas ofrecieran al Señor la vida cotidiana, en adoración y oración por los sacerdotes. El obispo, por tanto, decidió que ambas realidades se separaran.
Tras una primera experiencia en la diócesis de Matera, en 1953 trasladó la Casa Madre a Varallo Sesia (VC), donde el obispo le confió el convento y la iglesia de “Santa María de las Gracias.” Con la expansión del Instituto, que tomó el nombre de “Misioneras de Jesús Eterno Sacerdote,” ella propuso un camino de espiritualidad tanto a los sacerdotes, creando la Obra de los Misioneros de Jesús Eterno Sacerdote, como a los laicos, instituyendo el Movimiento Apostólico “Nuevos” (MAN) para vivir mejor su vocación bautismal en sintonía con el Sacrificio de Cristo. Después de renunciar al gobierno de la Congregación en 1990, viviendo en la Casa Madre, se dedicó a la oración y a la  exhortación espiritual de sus hijas.
Murió el 2 de marzo de 1994 en Varallo Sesia (VC).

La Venerable Sierva de Dios fue una mujer de intensa oración, sobre todo impregnada del deseo de vivir prolongados tiempos de adoración silenciosa ante la Eucaristía, a pesar de los múltiples compromisos. Su camino de fe, caracterizado por un profundo abandono al amor de Dios, se convirtió en una confianza cada vez más intensa en el Señor. Se mantuvo fiel a su vocación, logrando un equilibrio entre las exigencias de la vida activa y la contemplativa. Su significativo confiar en Dios no conoció ceder. El amor esponsal hacia Jesús se transformó en amor maternal hacia sus hijas espirituales, hacia la Iglesia y el Papa, en un camino de perfección que la llevó a la dulzura de los últimos tiempos.

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El Espíritu Santo hizo don a Madre Margherita Maria Guaini, nuestra Fundadora, de acoger y dar respuesta a una pregunta recogida místicamente de los labios de Jesús: “¿Qué utilidad tiene mi Sangre si nadie la hace valer?” (cf. Sal 30,10), compartiendo la sed universal de salvación de Cristo Sacerdote, dando a conocer, apreciar y vivir el misterio de la Santa Misa, en la cual Él, a través del ministerio de los Sacerdotes, continúa ofreciendo al Padre su único y universal sacrificio redentor.